De los codos útiles y la capacidad de discernir señales (en forma de relato, pa hacerme a la idea de que le pasó a otro)
El tránsito a esa hora, la distrae de su miedo pidiéndole atención. Pero no puede pensar mucho en otra cosa. No le gusta a donde va. Habló con ella la semana pasada, se olvidó de su cumpleaños, y la llamó unos días después. Dejó un mensaje en su contestador, un poco frustrada porque no lograba hablarle por el cumpleaños, bastante más aliviada porque sabía en lo que la conversación iba a terminar. Ella le devolvió su llamada, se preguntaron como andaban, le dijo feliz cumpleaños, y la conversación se fue desarrollando igual que siempre. Prometió cumplir esta vez, intentó excusarse y se disculpó por las fallas anteriores. ¿Cuántos años hace que somos amigas? Se preguntaba mientras se cuidaba de un taxi que la rebasaba por la derecha. La cuenta la daba más de 12 años. Trató de pensar en algunas situaciones que habían vivido juntas, algún campamento, algo que le trajera a la mente otra faceta de ella que le gustara más que la que iba a ver ahora. Se entendían bien, se decía intentando darse ánimos. Confiaba en ella. Igual esto no la tranquilizaba, no estaba tranquila cuando se bajó de la camioneta frente al edificio. Llamó al portero, del otro lado ni siquiera preguntaron quien era, solo escuchó la chicharra de la puerta que le daba permiso para abrirla. No eran muchos pisos, hubiera deseado que fueran 150. Cualquier cosa que demorara ese momento. Cuando se bajó del ascensor, la puerta estaba entreabierta; lo de siempre, minimizar cualquier cosa que pueda parecerle excusa para pegar la vuelta. Entró, unos chistes para parecer tranquila. Las dos sabían que no era así. – Bueno, a lo nuestro. – le dijo ella. Que más remedio. Se sentó en el sillón intentando no temblar, se recostó y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, se dio cuenta que ya no había vuelta atrás. Aimé ya había acomodado varios instrumentos en su pecho, como siempre, que cumplían el cometido de que no pudiera pararse repentinamente. También como siempre, le dio el espejito para que lo tuviera en la mano, esto de alguna forma inexplicable la calmaba un poco. Le pidió que abriera la boca y se puso a trabajar. Siempre con el codo pronto para hacerle fuerza y no se quiera levantar. Y atenta para discernir entre todas las veces que le pida que pare, cuales son las reales.
No me gusta ir al dentista, no me gustan los dentistas. En parte está bueno tener de dentista a una de mis amigas (y haberla conocido antes hasta de que empezara la facultad!) porque como no tengo más remedio que seguir viéndola, como que te crea otro compromiso digamos, entonces de vez en cuando voy.
15:50
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